Releyendo las notas que había tomado del libro de Alice Miller El drama del niño dotado he tenido un momento de evocación de uno de los textos que para mí tienen una carga mágica especial, el poema Ítaca de Cavafis.
El fragmento del texto de Miller es el siguiente:
Un refrán dice: «Todos los caminos conducen a Roma». Me he pasado años buscando estos caminos porque quería llegar a toda costa a Roma, y una y otra vez perdía el rumbo. Entretanto he descubierto que no hace falta que todos lleguemos a Roma, sobre todo porque ésta ha sido, desde siempre, la sede del poder sobre el alma humana. Errando el camino también es posible descubrir nuevos lugares, en los que valga la pena permanecer más tiempo sin darse prisa. Para mí, «Roma» significaba la posibilidad de descubrir enteramente la historia de mi infancia, que, entretanto, he reconocido como una hibris. Sólo desde que renuncié a la idea fija de llegar a una «resolución total», me ha sido posible efectuar nuevos descubrimientos que, aunque quizá sólo valgan para mí misma, me demuestran que también otras personas pueden hacer sus propios descubrimientos y que yo puedo confiar tranquilamente en que lo harán.
Y el poema de Cavafis este:
Ítaca
Al emprender el viaje para Ítaca
desea que el camino sea largo,
lleno de peripecias, lleno de saberes.
A Lestrigones y Cíclopes,
a Poseidón airado no los temas,
que a tales no hallarás en tu camino
si es tu pensar excelso, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones y Cíclopes,
a Poseidón violento no habrás de encontrarte
si no es que ya los llevas en tu alma,
si tu alma no los alza frente a ti.
Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en las que con qué regocijo, con qué gozo,
llegues a puertos vistos por primera vez.
Detente en los comercios de Fenicia
y compra sus preciadas mercancías,
corales y nácar, ámbar y ébano,
y aromas exquisitos de mil clases,
cuantos aromas exquisitos puedas conseguir.
Visita muchas ciudades de Egipto,
y aprende y aprende de todos los que saben.
Pero en la mente siempre ten a Ítaca,
porque llegar allí es tu objetivo.
Mas no apresures en nada tu viaje.
Mejor que dure muchos, muchos años,
y eches el ancla viejo ya en la isla,
rico de cuanto ganaste en el mundo,
sin esperar que las riquezas te las traiga Ítaca.
Que Ítaca te ha dado el viaje hermoso.
Sin ella no emprendieras el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Y si la encuentras mísera, no te ha engañado Ítaca.
Tan sabio que te has hecho, con tanta experiencia,
habrás ya comprendido las Ítacas qué son.
Tanto Miller como Cavafis establecen en el horizonte lo que se puede asimilar a un objetivo, una meta. Un punto alcanzado en el que todo es completo, todo está resuelto. Sin embargo, ambos invitan a centrarse en el camino. Pretenden que sea observada la paradoja de que no es donde se piensa que está la recompensa donde realmente se encuentra. Miller incluso otorga a algunos hitos del camino el valor de verdaderas metas. Un lugar en el que detenerse, llegando a dejar de lado de algún modo el gran objetivo final con el que se inicia el viaje.
Por su parte, Cavafis, además de señalar hacia estos lugares intermedios, incluye el componente emocional como un compañero inseparable de ruta. Propone durante todo el poema la actitud con la que se debe recorrer el camino.
Para cada individuo el camino es único y no es suficiente con recorrerlo. Se debe hacer a la manera de cada uno. Solamente así, en algún momento, se comprenderá qué son las Ítacas.
Libros citados:
Kavafis, K. (2003). Poesía completa.
Miller, A. (2015). El drama del niño dotado: y la búsqueda del verdadero yo.